EL PERRO NEVADO Tulio Febres Cordero

Bolivar-y-NevadoEl silencio de los páramos es completo. No hay aves que canten, ni árboles que luchen con el viento, ni ríos estrepitosos que atruenen el espacio. Es una naturaleza grandiosa, pero llena de gravedad y de tristeza. Aquellos cerros desnudos y altísimos, acumulados al capricho, parecen las ruinas de un mundo en otro tiempo habitado por cíclopes y gigantes. Lo que pasa en alta mar, lo que pasa en la llanura inmensa, eso mismo sucede en los páramos andinos. El hombre se siente humillado ante la naturaleza y se recoge en sí mismo. Por eso la ascensión a las alturas de la cordillera venezolana no solamente es fatigosa para el cuerpo, sino abrumadora y triste para el espíritu. Bajo las mantas y abrigos que son necesarios al viajero para soportar un frío que acalambra los miembros, el alma también se recoge y busca el calor de los recuerdos, de los pensamientos y de los afectos que le son más caros en la vida.

En una brumosa tarde de junio del año de 1813, se detuvo una escolta de caballería frente a la casa de Moconoque, sitio distante una legua de la villa de Mucuchíes, para entonces el lugar más elevado de Venezuela. La casa parecía desierta, pero apenas habrían dado dos o tres toques en la puerta, cuando instintivamente los caballos que estaban más cerca retrocedieron espantados. Un enorme perro saltó a la mitad del camino dando furiosos aullidos. Era un animal corpulento y lanudo como un carnero, de la raza especial de los páramos andinos, que en nada cede a la muy afamada de los perros del monte de San Bernardo.

Ante la actitud resuelta y amenazadora del perro brillaron de súbito diez o doce lanzas enristradas contra él, pero en el mismo instante se oyó a espaldas de los dragones una voz de mando que en el acto fue obedecida:

—¡No hagáis daño a ese animal! ¡Oh, es uno de los perros más hermosos que he conocido!

Era la voz del Brigadier Simón Bolívar, que cruzaba los ventisqueros de los Andes con un reducido ejército. Por algunos momentos estuvo admirando al perro que parecía dispuesto a defender por sí solo el paso contra toda el escolta de caballería hasta que el dueño de la casa, don Vicente Pino, salió a la puerta y lo llamó con instancia.

—¡Nevado! … ¡Nevado! ¿Qué es eso?

El fiel animal obedeció en el acto y se volvió para el patio de la casa gruñendo sordamente. Su pinta era en extremo rara y a ella debía el nombre de Nevado, porque siendo negro como un azabache, tenía las orejas, el lomo y la cola blancos, muy blancos, como los copos de nieve. Era una viva representación de la cresta nevada de sus nativos montes.

El señor Pino, que era un respetable propietario, se puso inmediatamente a las órdenes de Bolívar y sus oficiales, y obtenidos de él los informes que necesitaban referentes a la marcha que hacían, la continuaron hasta Mucuchíes, donde iban a pernoctar. Bolívar miró por última vez a Nevado con ojos de admiración y profunda simpatía, y al despedirse, preguntó al señor Pino si seria fácil conseguir un cachorro de aquella raza.

—Muy fácil me parece —le contestó—, y desde luego me permito ofrecer a Su Excelencia que esta misma tarde lo recibirá en Mucuchíes, como un recuerdo de su paso por estas alturas.

Media hora después de haber llegado el Brigadier a la citada villa, le avisaron que un niño preguntaba por él en la puerta de su alojamiento. Era un chico de once a doce años, hijo del señor Pino, que iba de parte de éste, con el perro ofrecido.

—¡El mismo perro Nevado! —exclamó Bolívar—. ¿Es este el cachorro que me envía su padre?

—Sí, señor, este mismo, que es todavía un cachorro y puede acompañarle mucho tiempo.

—¡Oh, es una preciosa adquisición! Dígale al señor Pino que agradezco en lo que vale su generoso sacrificio, porque debe ser un verdadero sacrificio desprenderse de un perro tan hermoso.

El chico regresó a Moconoque aquella misma tarde satisfecho de los agasajos y muestras de cariño que recibió de Bolívar. Este niño fue don Juan José Pino, que llegó a ser padre de una numerosa y honorable familia de Mérida y alcanzó la avanzada edad de noventa y cuatro años.

Bolívar quedó contentísimo con el espléndido regalo, y no cesaba de acariciar a Nevado, que por su porte no tardó en corresponderle las caricias, haciéndolo en ocasiones con tanta brusquedad que más de una vez hizo tambalear al libertador al echársele encima para ponerle las manos en el pecho.

Averiguado con varios señores de Mucuchíes si habría en la tropa algún recluta del lugar conocedor del perro, para confiarle su cuidado y vigilancia, se le informó que en el destacamento que comandaba Campo Elías había un indio que era vaquero de la finca del señor Pino, y de consiguiente, conocedor del perro y de sus costumbres.

No fue menester más. Inmediatamente despachó Bolívar una orden a Campo Elías, que estaba acampado fuera del pueblo, para que le mandase al consabido indio, llamado Tinjacá. Era éste un indígena de raza pura, como de treinta años, leal servidor y de carácter muy sencillo. La orden, despachada a secas sin ninguna explicación, fue militarmente obedecida. El indio se encomendó a Dios, confuso y aterrado, al verse sacado de las filas, desarmado y conducido a Mucuchíes con la mayor seguridad y sin dilación alguna. El pobre creyó que lo iban a fusilar.

Era ya de noche, y Bolívar, envuelto en su capa por el frío intenso del lugar, revisaba el campamento acompañado de algunos oficiales, cuando se le presentaron con el recluta.

—¿Eres tú el indio Tinjacá?

—Sí, señor.

—¿Conoces el perro Nevado del señor Pino?

—Sí, señor, se ha criado conmigo.

—¿Estás seguro de que te seguirá a dondequiera que vayas sin necesidad de cadena?

—Si, señor, siempre me ha seguido —contestó el indio volviendo en sí de su estupor.

—Pues te tomo a mi servicio con el único encargo de cuidar el perro.

El indio estaba tan turbado por la brusca transición efectuada en su ánimo, que no acertó a decir palabra alguna de agradecimiento. Al cabo se atrevió a preguntar tímidamente dónde estaba el perro.

—Está amarrado en mi alojamiento —le contestó Bolívar.

—Pues si su merced quiere una prueba del cariño que me tiene Nevado, mande que lo suelten y le respondo que al punto se vendrá para acá, a pesar de la distancia y de la oscuridad de la noche.

Bolívar clavó sus ojos en el indio y se sonrió, manifestando de este modo su incredulidad; pero después de reflexionar un poco dio la orden y se quedó en el mismo sitio, advirtiendo a Tinjacá que si la prueba resultaba adversa lo castigaría severamente.

Las calles de la villa se hallaban a aquella hora cruzadas por muchos jinetes e infantes ocupados en procurar a las tropas el rancho y las comodidades necesarias. Bolívar empezó a temer que el perro, al verse suelto, se volviera como un rayo para Moconoque, pero en este momento Tinjacá se llevo la mano derecha a la boca, y acomodándose los dedos entre los labios de un modo particular, lanzó un silbido extraño y penetrante, distinto de los demás silbidos que hasta allí habían oído Bolívar y sus compañeros. Algo de salvaje y de guerrero había en aquel silbido que dominó todos los ruidos y algazara de los vivas y debió de resonar hasta muy lejos.

—El perro debe ya estar suelto —dijo Bolívar con inquietud, volviéndose a Tinjacá.

—Sí, señor —repondió éste—, y muy pronto estará aquí.

Y seguidamente lanzó al viento otro agudo silbido que hizo vibrar el tímpano a todos los presentes. Hubo un momento de ansiedad. Todos los corazones palpitaban aceleradamente, menos el del indio, que lleno de confianza, esperaba tranquilamente el resultado, sondeando la oscuridad con sus miradas en la dirección del alojamiento del Brigadier, que distaba de allí tres o cuatro cuadros. Un grito escapó de sus labios:

—¡Allí viene! —exclamó, echando con ligereza un pie atrás paro recibir sobre el pecho el pesado cuerpo del perro, que se te tiró encima dando saltos de alegría.

—Ya ve su merced cómo el perro sí me quiere —dijo respetuosamente Tinjacá dirigiéndose a su jefe.

Todos quedaron admirados del hecho, que vino a aumentar, si cabe, la estimación y afecto que ya Bolívar tenía por su perro. Él mismo le daba de comer, porque decía que el perro debe recibir siempre la ración directamente de las manos del amo. El resultado de estas contemplaciones fue que a los pocos días ya Nevado tenía por su nuevo amo el mismo cariño que demostraba por Tinjacá y que Bolívar aprendió a llamarle de muy lejos con el mismo silbido casi salvaje que le enseñó el indio.

Del ingenio festivo y picaresco de algunos oficiales del Estado Mayor salió la especie de bautizar a Tinjacá con el nombre de Edecán del Perro, especie que celebró Bolívar, pero no sus oficiales, a quienes nunca les cayó en gracia tal nombre.

Nevado compartió los azares y la gloria de aquella épica campaña de 1813. Sus furibundos ladridos se mezclaban sobre los campos de batalla al redoble de los tambores y estruendo de las armas.

Era un perro de continente fiero, semejante a un terranova, pero singularmente hermoso, que se atraía las miradas de todos en las ciudades y villas por donde pasaban.

El siete de agosto, en la entrada triunfal de Caracas, Nevado, acezando de fatiga, seguía a su amo bajo los arcos de triunfo y las banderas que adornaban las calles de la gentil ciudad. Más de una flor perfumada de las muchas que arrojaban de los balcones sobre la cabeza olímpica del libertador, vino a quedar prendida en los níveos vellones del perro.

El hermoso Nevado era digno de aquellas flores.

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Dice la historia que cuando Nerón vino al mundo se vieron en el cielo nubes de color sangre y otras señales espantosas, lo mismo que al moverse contra Roma el formidable Atila. Tal así debieron verse en Venezuela en el cielo y en la tierra presagios siniestros cuando compareció en el escenario de la guerra a muerte el terrible Boves. Humillada su vandálica fiereza en el combate de Mosquiteros por el intrépido Campo Elías, vino a levantarse como un dragón infernal en la triste batalla de la Puerta, donde todo se perdió para la patria, menos la fe republicana y la perseverancia heroica de Bolívar, que logró salvarse de las garras de su feroz enemigo, acompañado de algunos de sus bravos tenientes, tomando la vía de Caracas con el alma desolada ante aquel inmenso desastre.

Meses antes, sobre el campo de Carabobo, donde habían sido derrotadas por completo las armas realistas, Nevado estuvo a punto de ser lanceado al precipitarse furioso sobre los caballos enemigos. El perro parecía perder el juicio a la vista del humo de la pólvora, del choque de las armas y los sangrientos escenas del combate.

Para prevenir este mal, ordenó Bolívar a Tinjacá que tuviese amarrado el perro en las acciones de armas; y esta orden, estrictamente obedecida, fue acaso su perdición en la Puerta, porque sus ladridos, escuchados desde muy lejos, orientaron a los perseguidores, y pronto descubrieron éstos a Tinjacá que huía siguiendo los pasos de Bolívar, pero entorpecido por el perro que iba amarrado a la cola del caballo.

El perro y su guardián fueron presentados a Boves como una presa inestimable. Hasta las filas realistas había llegado la fama del noble animal. En los labios de Boves apareció una sonrisa siniestra, y con la refinada malicia que lo caracterizaba se dirigió al atribulado indio, diciéndole:

—Has cambiado de amo, pero no de oficio. Te necesito para que me cuides el perro, y por eso te perdono la vida. Yo sé que no te atreverás a huir, porque él sería el primero en descubrirte hasta en las entrañas de la tierra.

Boves acarició a Nevado, seducido por su tamaño y rarísima pinta, pensando desde luego aprovecharse de su finísimo olfato para descubrir algún día el paradero de Bolívar y sus más allegados tenientes, a quienes el perro no podría olvidar en mucho tiempo.

Nevado asistió cautivo al sitio de Valencia que Boves dirigía personalmente. Bolívar había ordenado a Escalona que defendiese la ciudad a todo trance; y Escalona y su puñado de héroes así lo hicieron, hasta que reducidos al escaso número de noventa soldados, sin pertrechos ni víveres y constreñidos por los clamores del vecindario se vieron en la dura necesidad de aceptar la capitulación propuesta por Boves, quien se adueñó de la plaza por este medio.

Pero antes, este sanguinario jefe realista hizo celebrar una misa en su campamento, y adelantándose hasta el altar en el momento solemnísimo de la elevación, juró en alta voz ante la Hostia consagrada que cumpliría y haría cumplir los artículos de la capitulación, los cuales garantizaban la vida y hacienda del vecindario y guarnición de la ciudad heroica. Lo que sucedió, no habrá historiador que lo relate sin llamar la cólera del cielo sobre aquel insigne malvado.

Tinjacá y el perro fueron incorporados en la guardia personal del feroz caudillo, alojándose con él en la casa del Suizo, recinto lleno de familias patriotas, asiladas allí por temor a los ultrajes de la soldadesca desenfrenada.

Muchas damas patriotas, temerosas de provocar las iras del vencedor, asistieron, llenas de angustia y de sobresalto, al baile que la oficialidad realista organizó en la propia casa del Suizo, residencia de Boves, para obsequiar a éste por el triunfo de sus armas; y cuando este hombre infernal agasajaba con pérfidas sonrisas a las matronas y señoritas allí reunidas, en los hogares de éstas, en las prisiones y en las calles corría despiadadamente la sangre de los patriotas.

Aquel sombrío personaje de la leyenda arábiga, el jefe de los Abasidas, que hizo sacrificar a más de ochenta individuos de la ilustre familia de los Ommíadas prisioneros que descansaban en la fe de su palabra, y que sobre sus cuerpos todavía agonizantes hizo tender tapices y servir un banquete a los oficiales de su ejército; ese califa pérfido fue, sin embargo, menos cruel e inhumano que Boves en aquella San Bartolomé valenciana. Ese monstruo llevó su refinamiento hasta hacer que las madres, esposas e hijas de las víctimas danzasen entre música y flores en medio del esplendor de las bujías a la misma hora en que, allá entre las sombras, se retorcían sus deudos más queridos, villanamente sacrificados a lanzazos por una turba de asesinos.

Antes de que llegase a conocimiento de aquellas mártires la tremenda verdad de su infortunio y la inaudita perversidad de Boves, ya esto se sabía y se comentaba en los corredores de la casa, en los cuales reinaba un extraño movimiento. Entrada y salida de oficiales, órdenes secretas, sonrisas diabólicas en unos, caras de espanto en otros. Todo lo advirtió Tinjacá y tembló de pies a cabeza. ¡La hora de la matanza había llegado!

Los distinguidos patriotas Peña y Espejo, que estaban bailando, desaparecieron sin saberse cómo de las manos de sus verdugos, cuando dentro de la misma sala uno de los oficiales tenía ocultas debajo de la chaqueta las cuerdas para amarrarlos. Al día siguiente, descubierto el doctor Espejo en su escondite, fue fusilado en la plaza pública.

El indio concibió al punto la idea de fugarse con el perro, su fiel e inseparable compañero, pero lo detuvo la consideración de que Nevado lo comprometía, porque a pesar de la mucha gente y gran animación que había en la casa, sería muy notable su salida acompañado del perro, el cual estaba encadenado en el interior de la casa por orden expresa de Boves.

¿Qué hacer en momentos tan críticos? Empezaban ya a oírse en los labios de la soldadesca los nombres de los patriotas asesinados aquella misma noche, y multitud de partidas armadas cruzaban descaradamente las calles en busca de víctimas. Tinjacá corrió al interior de la casa y so pretexto de que iba a partir pan para darle al perro, pidió en la cocina un cuchillo del servicio. Seguidamente se dirigió al lugar donde estaba el perro, que se hallaba inquieto y gruñendo de cuando en cuando por el ruido inusitado que llegaba a sus oídos Con suma rapidez se allegó a él, lo acarició con más extremos que nunca y disimuladamente le cortó el collar de cuero de donde pendía la cadena, dejándolo unido apenas por un hilo, de suerte que Nevado con poco esfuerzo se viese libre; y repitiéndose sus extremadas caricias, hasta dejarlo sosegado, se alejó de allí, escurriéndose entre la mucha gente que llenaba la casa.

Al verse en la calle, consultó la dirección del viento y se alejó de aquella mansión diabólica. Más de una vez se detuvo y vaciló. El paso que daba podía costarle la vida. Tenía muy presentes las palabras de Boves cuando cayó prisionero en la Puerta. Huir solo era menos expuesto, pero no podía resignarse a abandonar el perro, por el cual sentía un cariño entrañable, un cariño que rayaba en culto, a que se unía el orgullo de ser el único guardián, el único responsable de aquel animal que era para Bolívar una joya de gran valor. El pobre indio de los páramos veía en Nevado el talismán de su fortuna; a él debía su posición al lado del libertador, y el cariño sincero que éste le profesaba. Abandonarlo era sacrificar su carrera, su porvenir: era sacrificarlo todo.

La música del baile aún llegaba vagamente a sus oídos. Era necesario detenerse un momento y esperar. Por fortuna la calle en aquel paraje estaba solitaria, a la inversa de los alrededores de la casa del Suizo, donde hervía el concurso de soldados y curiosos.

Cesó la música, y repentinamente en los grupos de militares y otras personas que llenaban los corredores y pórticos de la casa se notó un movimiento simultáneo de sorpresa y de terror.

—¡Se ha soltado el perro! —exclamaron muchas voces.

Efectivamente, Nevado atravesaba como una flecha los corredores de la casa, y rompiendo por el apiñado grupo que obstruía la puerta, derribando a unos y haciendo tambalear a otros se lanzó a la calle atronando con sus ladridos todo el vecindario. Ya fuera, se detuvo algunos instantes, volviendo a todas partes la cabeza, con la nariz hinchada, en alto las velludas orejas y batiendo su hermosísima cola, que a la luz que despedían las ventanas del Suizo semejaba un gran plumaje, blanco, muy blanco, como la nieve de los Andes.

Oyóse un silbido lejano que pasó inadvertido para los presentes, pero no para el perro, que partió, como tocado por un resorte eléctrico, desapareciendo a la vista de los circunstantes, a tiempo que el mismo Boves salía a la puerta y lo llamaba con instancia. Cuando éste se convenció, por el examen de la cadena, que la fuga del perro era premeditada, se colmó en su ánimo la medida del odio y de la venganza.

Allá, en oscura bocacalle, el indio postrado en tierra, sujetó rápidamente al perro por el cuello con una correa que se quitó del cinto, y rasgando una tira de la falda de su camisa, empezó a amordazarle, ingrata operación que el inteligente animal soportó dócilmente, aunque manifestando su contrariedad y sufrimiento con lastimeros quejidos.

Hecho esto, el indio tomó un rumbo opuesto para desorientar a los que saliesen a perseguirlos, que naturalmente seguirían la dirección que el perro había tomado en la calle. Ora avanzando cautelosamente, ora retrocediendo al sentir los pasos de alguna escolta, con mil rodeos y angustias caminaba en la dirección de los corrales, para tomar allí la vía de Barquisimeto.

De pronto, a la mitad de una cuadra, sintió los pasos acelerados que venían a su encuentro. Retroceder era imposible. Los pasos se acercaban más y más, hasta que sus ojos espantados vieron dibujarse entre las sombras un bulto informe. Era, por fortuna, una persona inofensiva, un padre que pasó de largo por la acera opuesta, llamado, sin duda, para auxiliar algún herido, según creyó Tinjacá. Pero no, aquel aparente religioso, como después se supo, era el bravo Escalona, que en hábito de fraile, se escapaba también de la matanza.

La situación del indio, que caminó toda aquella noche sin descanso, era doblemente crítica porque el perro era demasiado conocido en las villas y lugares por donde había pasado el Libertador, lo que le obligaba a una marcha sumamente penosa por parajes extraviados; pero si Nevado era para él una amenaza constante y causa de mil zozobras por los campos y vecindarios que recorría, todos enemigos, en cambio, era también un compañero fiel y cariñoso que velaba su sueño y sabia esgrimir sus poderosas garras y agudos colmillos para defenderle en cualquier lance personal.

Al cabo de algunos días logró incorporarse a la gente de Rodríguez, el jefe patriota de la guarnición de San Carlos, llamado por Escalona cuando supo la aproximación de Boves. Sabido es que Rodríguez llegó a los alrededores de Valencia con su tropa, que no pasaba de cien hombres, y tuvo que replegarse, porque el ejército sitiador le impidió la entrada. Unido, pues, a este puñado de valientes, corrió la suerte de ellos, atravesando lugares llenos de guerrillas enemigas, ora combatiendo día y noche, ora pereciendo de necesidades en las selvas y desiertos, hasta que lograron, al fin, incorporarse todos, esto es, cuarenta o cincuenta que sobrevivieron, al no menos heroico ejército de Urdaneta, que alcanzaron en El Tocuyo, para emprender juntos aquella célebre retirada que salvó del pavoroso naufragio de 1814 la emigración y las reliquias de la patria.

A su paso por Mucuchíes, Urdaneta dejó de retaguardia en este lugar trescientos hombres al mando de Linares, y con el resto de sus tropas ocupó a Mérida. El valor temerario de Linares lo obligó a combatir con Calzada, que los seguía y que casi inesperadamente descendió del páramo de Timotes y los atacó con todo su ejército en la propia villa de Mucuchíes.

Tinjacá y Nevado, como era natural, estaban allí con la fuerza de Linares en su tierra nativa, y se vieron envueltos en aquel combate heroico, que fue desastroso para los patriotas. El pronto auxilio despachado de Mérida al mando de Rangel y Páez, que volaron con un cuerpo de caballería al socorro de Linares, llegó tarde, pues se encontraron con los primeros derrotados una legua antes de llegar a la villa.

El pánico y la consternación se adueñaron de Mérida, cuyo vecindario vino a aumentar la gran emigración de familias que venían desde el centro de la República al amparo de Urdaneta, quien continuó su marcha hacia la Nueva Granada.

¿Qué había sido de Tinjacá y de Nevado? Tratándose del perro del Libertador, Urdaneta y su oficialidad indagaron inmediatamente con los derrotados por su paradero, pero nadie dio razón, y se temió que hubiese caído otra vez en manos de los españoles. Pero esto no era cierto, porque sabedor Calzada de que el perro se hallaba en el combate de Mucuchíes hizo las más escrupulosas pesquisas para descubrirlo, allanando al intento la casa y hacienda del señor Pino, su primitivo dueño; pero todo fue en vano: Tinjacá y Nevado no se volvieron a ver. Parecía que se los había tragado la tierra.

Meses después, cuando Bolívar y Urdaneta se vieron en Pamplona por primera vez después de estos desastres, aquél supo con tristeza toda la historia del perro, y admirando la fidelidad y valentía del indio, exclamó con entera seguridad:

—¿Sabe usted, Urdaneta, que abrigo una esperanza?

—Espero conocerla, General.

—Pues creo que mi perro vive y que lo hallaré cuando atravesemos de nuevo los páramos de los Andes para libertar a Venezuela.

No era la primera vez que Bolívar hablaba en tono profético.

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Han transcurrido seis años. Por lo alto de los páramos de Mérida marchan con dirección a Trujillo varios batallones del ejército patriota; y nuevamente se detiene frente a la casa de Moconoque un considerable número de jinetes. Es Bolívar y su brillante Estado Mayor.

—Llamad en esta casa —dijo el Libertador a uno de sus edecanes.

El estrecho camino apenas podía contener a los jefes y oficiales que habían hecho alto en aquel sitio.

La casa estaba cerrada, y sólo después de fuertes y repetidos golpes crujieron los cerrojos de la puerta, y apareció en el umbral una india anciana, trémula y vacilante, que era la casera, la cual miró con ojos asombrados a la brillante comitiva.

—¿Vive todavía aquí don Vicente Pino o alguno de su familia? —le preguntó Bolívar.

—No, señor. Todos emigraron para la Nueva Granada, hace algunos años.

—¿Puede usted, entonces, informarme algo sobre el paradero del perro Nevado y el indio Tinjacá, después del combate de Mucuchíes?

—He oído contar muchas veces la historia del indio y del perro, pero ni aquí han vuelto ni nadie sabe qué ha sido de ellos.

Cuando Bolívar y su Estado Mayor continuaron la marcha, la india, deslumbrada todavía por el brillo y bizarría de tantos jefes y oficiales volvió a correr los cerrojos de la puerta, y se entró a comentar el suceso con los otros habitantes de la casa:

—¡Jesús credo! —les dijo—, esto es para confundir a cualquiera. Otra vez el perro; otra vez la misma pregunta. Si pasan los españoles, averiguan por el perro, y si pasan los patriotas, la misma cosa. ¡Este animal debe valer mucho dinero!

Pero no solamente en Moconoque, sino en la villa de Mucuchíes, a cada paso de tropas eran interrogados los vecinos sobre el perro, cuyo desaparecimiento estaba envuelto en el misterio. Bolívar también averiguó allí por Nevado y su guardián sin resultado alguno, y con esto perdió la esperanza que había abrigado de hallarlo a su paso por los páramos de Mérida.

Al día siguiente emprendieron la gran ascensión del páramo de Timotes. Pronto pasaron el límite de las últimas viviendas humanas y entraron en la soledad temible, donde la marcha es lenta y silenciosa, ora cortando la falda de un cerro, ora subiendo por algún plano rápidamente inclinado, con harta fatiga de las bestias de silla. Ya hemos dicho que el silencio es allí completo, y absoluta la desnudez del suelo. Hasta la menuda gramínea y la reluciente espelia, que constituyen la única vegetación de estas elevadas regiones, desaparecen en aquella espantosa soledad de varias leguas.

Los caracteres más alegres y festivos, allí se apocan y entristecen. Una fuerza oculta nos obliga a callar, rindiendo así culto al dios fabuloso que, según los aborígenes, vivía de pie sobre el risco más empinado de los Andes, con la frente inclinada sobre el pecho y el dedo índice apoyado en los labios: era el dios de la meditación y del silencio.

El Estado Mayor de Bolívar marchaba con una lentitud imponente. Sólo se oían las pisadas y fuertes resoplidos de los caballos acezantes. El panorama, en lo general uniforme, ofrecía sin embargo, rápidos cambiamientos debido al viento helado que sopla en aquellas cumbres, el cual tan pronto acumula las nieblas en torno del viajero, envolviéndolo por completo, como las aleja, ensanchándose el horizonte, para dejarle ver aquí y allá riscos y peñones atrevidos, que asoman sus cabezas mostruosas por entre las nubes, de un modo tan caprichoso como fantástico.

Los hilos de agua que vienen de lo alto, acrecidos por las lluvias y los deshielos, forman zanjones profundos que cortan el camino de trecho en trecho. Abismado cada cual en sus propios pensamientos caminaban todos, cuando de repente se oyó un grito de guerra:

—¡Viva la Patria! ¡Viva Bolívar!

Grito inesperado que rompió el silencio augusto del Gran Páramo y que, por un fenómeno propio de la comarca, fue repetido al punto por bocas misteriosas que se abrieron en el fondo de los valles y cañadas, al conjuro del dios Eco; de suerte que las voces Patria y Bolívar fueron retumbando de cerro en cerro hasta morir débilmente en lontananza como el vago rumor de un trueno.

Antes de que el eco se extinguiese, Bolívar vio salir de uno de aquellos zajones un personaje extraño, que parecía estar allí acechándole el paso, y que corrió hacia él con ligereza de un gamo. Una larga y oscura manta rayada de colores muy vivos cubría casi todo el cuerpo de aquel hombre, que tomaron por un loco en vista del modo tan brusco e inusitado con que se presentaba.

—¿No me conoce ya Su Excelencia? —dijo al Libertador con el sombrero en la mano.

—¡Tinjacá! —exclamó Bolívar lleno de asombro.

—Siempre a sus órdenes, mi general. Ayer supe en mi retiro del páramo que Su Excelencia pasaba…

—¿Y el perro? ¿Dónde está Nevado? —le preguntó Bolívar, sin dejarlo proseguir.

—Está por aquí mismo con una persona de confianza, pero no lo traje porque todavía dudaba, y quise ver antes por mis propios ojos si era verdad que Su Excelencia iba con el ejército.

—Pues ve a traérmelo en el acto.

—No hay necesidad. El vendrá solo —le contestó el indio, a tiempo que hacia un movimiento para llamarlo.

Pero al instante, Bolívar lo detuvo, diciéndole:

—¡Espera!, que yo lo llamaré.

Y con la excitación de su alegría, que era indescriptible como la sorpresa de sus tenientes, sacóse un guante, y llevándose a los labios sus dedos acalambrados por el frío lanzó al viento aquel silbido extraño, casi salvaje, que en otro tiempo había aprendido del indio, el mismo que oyó por primera vez en la helada villa de Mucuchíes y que más tarde salvó a Nevado, en la noche tétrica de Valencia. El eco se encargó de repetir y prolongar el silbido, que fue a extinguirse como un débil lamento en el confín lejano.

Entretanto Tinjacá sonreía de contento, los jefes y oficiales esperaban sorprendidos el desenlace de aquella inesperada escena; y Bolívar, pálido de gozo, rasgaba la niebla con sus miradas de águila.

Un grito unánime se escapó de todos los pechos.

—¡El perro¡ ¡El perro! …

Sobre el borde de un barranco próximo había aparecido Nevado, el mismo Nevado, más hermoso y altivo que nunca, batiendo al aire su abundosa cola, que semejaba un plumaje blanco, muy blanco, como los copos de nieve.

Momentos después, la cabeza del perro desaparecía bajo los pliegues de la capa del libertador, que se inclinó desde su caballo para recibirlo en sus brazos.

Si con el Estado Mayor hubiese ido la banda marcial, él habría ordenado que en aquel mismo sitio, sobre una de las cumbres más elevadas de los Andes, resonasen los clarines y tambores en alegres dianas por el hallazgo de su perro.

A partir de esta fecha, Nevado siguió a Bolívar por todas partes, ora jadeando detrás de su caballo en las ciudades y campamentos, ora dentro de un cesto cargado por una mula, a través de largas distancias y en las marchas forzadas. Él estuvo echado junto a la Piedra Histórica de Santana de Trujillo en la célebre entrevista de Bolívar con Morillo, provocando las miradas curiosas y la admiración de los oficiales españoles que conocían su historia; y durante el Armisticio, visitó el extinguido Virreinato de Santa Fe y durmió algunas siestas en la mansión de sus virreyes, sobre las ricas alfombras del palacio capitolino de San Carlos, en Bogotá.

Atravesando Bolívar con sus edecanes por un hato de los llanos, salieron de un caney multitud de perros de todos tamaños, y se arrojaron sobre los caballos, ladrándoles con tanta algarabía y obstinación, que los oficiales iban ya a valerse de las espadas para liberarse de aquel tormento, cuando les llegó el remedio, porque en oyendo Nevado, que venía un poco atrás adormilado dentro del cesto, los desacompasados aullidos de aquella jauría, se botó al suelo de un salto, con espanto de la bestia que lo cargaba, y a todo correr y dando descomunales ladridos arremetió de lleno contra la ruidosa tropa de podencos, los cuales huyeron al punto poseídos de terror.

—¡Bravo, bravo! ¡Lo has hecho muy bien, Nevado! —exclamaron los oficiales, agradecidos al potente animal que les quitaba de encima aquella insoportable molestia, a lo que agregó Bolívar, riéndose de la derrota de los galgos:

—Esos pobres perros jamás habían visto un gigante de su especie.

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El 24 de junio de 1821, en la célebre llanura de Carabobo, enardecido el perro en medio de la batalla, se lanzó como una fiera sobre los caballos españoles, no obstante su edad de nueve años que empezaba a privarle de rapidez en la carrera y hacerle más fatigosas las marchas sorprendentes de su perínclito amo. En vano se le llamó repetidas veces. Ni él ni Tinjacá, que lo seguía, volvieron a presentarse a los ojos de Bolívar ni de su Estado Mayor.

Ya habían sonado en el glorioso campo las dianas del triunfo y sólo se oían a lo lejos las descargas de fusilería que daba el Valencey en su heroica retirada. Bolívar vuelto en sí del frenético entusiasmo de la Victoria, pregunta de nuevo por su perro, en momentos en que recorría el campo, cuando se presenta un ayudante y le dice:

—Tengo la pena de informar a Su Excelencia que Tinjacá, el indio de su servicio, está gravemente herido.

—¿Y el perro? —le preguntó al punto.

—El perro… —dijo titubeando el ayudante—, el perro también está herido.

Bolívar puso al galope su fogoso caballo en la dirección indicada. Un cirujano hacía la primera cura al pobre indio, quien al divisar al Libertador hizo un gran esfuerzo para incorporarse, diciéndole con voz torpe y extenuada:

—¡Ah, mi General, nos han matado el perro!…

Bolívar miró en torno con la rapidez del rayo y descubrió allí mismo, a pocos pasos de Tinjacá, el cuerpo exánime de su querido perro, atravesado de un lanzazo. El espeso vellón de su lomo blanco, muy blanco como la nieve de los Andes, estaba tinto en sangre roja, muy roja como las banderas y divisas que yacían humilladas en la inmortal llanura.

Contempló en silencio el tristísimo cuadro, inmóvil como una estatua, y torciendo de pronto las riendas de su caballo con un movimiento de doloroso despecho, se alejó velozmente de aquel sitio. En sus ojos de fuego había brillado una lágrima, una lágrima de pesar profundo.

El hermoso perro Nevado era digno de aquella lágrima.

Maya también es mía y nuestra: By Luis Vicente León

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Han pasado tres semanas sin escribir y reconozco que no los extrañé nada mientras aprovechaba para descansar y compartir con mis hijos, a quienes debo muchas disculpas por el tiempo que no les pude dar en estos últimos meses, el partido de fútbol al que no llegué, el acto del colegio que sólo pude ver en video desde una habitación de hotel o la tarea que ya habían hecho cuando llegué.

Me sorprendió sorprenderme con los temas de los que ya hablan, principalmente porque es normal que los hablen. Pero lo que más me estremeció es que mis enanos, que hace unos años querían regresar a “Caraquita” a los pocos días de cada vacación, me dijeran camino al aeropuerto: “Papi, ¿por qué no nos quedamos a vivir aquí, que es muchísimo más seguro?”. Pasé todo el regreso explicándoles por qué no, aunque mi esposa me miraba con ojos que parecían gritar: “Ésas son razones para que te quedes tú, pero ninguna para que se queden ellos”.

Había decidido dedicarles entonces este texto para darles una explicación más apropiada y, entonces, vi la noticia del asesinato de Monica Spear y su esposo, pero sobre todo la de Maya, su hija de 5 años que vio cómo asesinaron a sus padres y que fue herida por los mismos monstruos a quienes tendrá que perdonarlos Dios, porque si por mí fuera no quedaría de ellos sino el mal recuerdo de sus crímenes horrendos.

Y entonces no pude aguantar el llanto y la angustia y el miedo y la pena y la rabia y el deseo de abrazar a mis hijos tan duro que les doliera. Y se acabó mi inspiración y mi texto y mis argumentos. Lo único que me quedó fue ese sabor de que Maya también es mía y mi dolor y mi sentimiento, pero también mi deseo de hacer lo que haya que hacer para que ningún otro niño de mi tierra tenga que ser un huérfano de nuestros miedos.

Y entonces recordé el poema favorito de mi mamá: “Los hijos infinitos” de Andrés Eloy Blanco y entendí mi sentimiento. Para Maya, el poema:

Cuando se tiene un hijo,
se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera,
se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga
y al del coche que empuja la institutriz inglesa
y al niño gringo que carga la criolla
y al niño blanco que carga la negra
y al niño indio que carga la india
y al niño negro que carga la tierra.

Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños
que la calle se llena
y la plaza y el puente
y el mercado y la iglesia
y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle
y el coche lo atropella
y cuando se asoma al balcón
y cuando se arrima a la alberca;
y cuando un niño grita, no sabemos
si lo nuestro es el grito o es el niño,
y si le sangran y se queja,
por el momento no sabríamos si el 
¡ay! es suyo
o si la sangre es nuestra.

Cuando se tiene un hijo, es nuestro el niño
que acompaña a la ciega
y las Meninas y la misma enana
y el Príncipe de Francia y su Princesa
y el que tiene San Antonio en los brazos
y el que tiene la Coromoto en las piernas.
Cuando se tiene un hijo, toda risa nos cala,
todo llanto nos crispa, venga de donde venga.
Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro
y el corazón afuera.

Y cuando se tienen dos hijos
se tienen todos los hijos de la tierra,
los millones de hijos con que las tierras lloran,
con que las madres ríen, con que los mundos sueñan,
los que Paul Fort quería con las manos unidas
para que el mundo fuera la canción de una rueda,
los que el Hombre de Estado, que tiene un lindo niño,
quiere con Dios adentro y las tripas afuera,
los que escaparon de Herodes para caer en Hiroshima
entreabiertos los ojos, como los niños de la guerra,
porque basta para que salga/ toda la luz de un niño,
una rendija china o una mirada japonesa.

Cuando se tienen dos hijos
se tiene todo el miedo del planeta,
todo el miedo a los hombres luminosos
que quieren asesinar la luz y arriar las velas
y ensangrentar las pelotas de goma
y zambullir en llanto ferrocarriles de cuerda.
Cuando se tienen dos hijos 
se tiene la alegría y el 
¡ay! del mundo en dos cabezas,
toda la angustia y toda la esperanza,
la luz y el llanto, a ver cuál es el que nos llega,
si el modo de llorar del universo
o el modo de alumbrar de las estrellas.

Maya, que Dios te bendiga, te libre, te ampare y te favorezca y cuenta con que hay millones de venezolanos que te sentimos nuestra.

La piñata y el mal de ojo

La-piñata-y-el-mal-de-ojo
Se trataba de una niña que cumplía sólo un año.
Su primera piñata.
Una fiesta que nunca recordará.
Esa es una de las nostalgias del ser humano: no hay memoria de nuestros primeros gorjeos.
Justo la época en que el resto de la especie nos protege y celebra.
No recordamos esa época de oro donde nadie practica bullying con nosotros, ni somos pasto de la envidia, la maledicencia o el chisme.
Así de relajada andaba gateando la pequeña Camila. Escasamente le dispensaba atención a los regalos que recibía.
Camila no supo de los tequeños, la pizza en cuadritos o las bolitas de carne que circulaban sin descanso. No se enteró del afán del mesonero. Ni del estrés de su papá. En rigor, aún no tenía claro el nombre de su madre.
El mundo, mientras lo gateas, es mucho más simple. Más allá, los adultos, en plena conciencia de la realidad, se acercaban a una botella de whisky que presidía la barra con una sensación de éxtasis inédita: ¡Aún existe! ¡Hay whisky! ¡Es 12 años! La piñata ostentaba dos logros notables:
1) No habían estridencias musicales ni payasos perifoneando entusiasmos que pocas veces triunfan. Reinaba el sonido de la voz humana, las risas, los balbuceos infantiles, el apretón de manos. Una límpida celebración.
2) Detalle considerable: la actividad central de los niños era sembrar árboles. Cero colchones inflables. Cero camas elásticas. Solo niños y sus manos abriendo bóvedas en la tierra fresca para esparcir semillas, niños rastrillando surcos, niños colocando abono, niños volcando el primer trago de agua para esas semillas.
Ellos no daban crédito: tenían licencia para embarrar sus dedos hasta la gloria. La tierra despedía un olor a novedad.

Al borde de la piscina, los adultos – contaminados de edad, vida y país- desmenuzaban el único tema posible: el caos nacional. En cada conversación los adjetivos respiraban desazón y ansiedad. Especulaciones iban y venían, como si se tratase de un nervioso juego de tenis. Alguien hablaba de colapso inminente. Otro de sacudón. Más allá de exilio urgente. Cuando fui en busca del consabido refill, quedé atascado en una charla dominada por el gracejo de un italiano que, a pesar de tener 40 años en Caracas, estaba atornillado a su acento con una terquedad conmovedora.
Discurría sobre la obsesión de los oficialistas por mantenerse en el poder a costa de cualquier descalabro. Recordó un refrán siciliano: “U cumannari é meghiu ro futtiri”. Lo tradujo al italiano universal: “Comandare é meglio che scopare”: Y, finalmente, la sentencia llegó en notable versión criolla: “Mandar es mejor que tirar”.

Quizás en esa frase está resumida la tragedia que hoy encarnamos y que tantos países -en el manuscrito de la historia- han padecido. La misma idea la colgó el controversial ex secretario de estado norteamericano, Henry Kissinger, que muy ducho era sobre el tema: “El poder es el mayor de los afrodisíacos”. Supongo que si algunos líderes del chavismo pasaran sus ojos por estas líneas asentirían en el acto, con una risotada de aprobación y dentera. Tal vez Chávez hubiera agregado su fe de errata: “Mandar es mejor que vivir”.

El hecho es que estamos atascados – un país entero- en el pantano de los adictos al poder. No saben de economía. Trastabillan sobre asuntos de minería y petróleo. Se saben incompetentes para la gerencia pública. Se electrocutan de ignorancia ante los problemas de energía eléctrica. Intercambian los cargos. Maquillan noticias. Encarcelan a los reporteros gráficos. Culpan al que no gobierna. Sobrevendrá el caos, pero jamás abandonarán su droga. El poder es la cocaína más apetitosa del mundo.

Lo más rudo era el contraste: mientras los adultos rumiaban la zozobra de un país desvalijado de futuro, cinco metros más allá, los niños sembraban el destino de unas semillas de menta, albahaca y cebollín.

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Aquí todo el mundo tiene su episodio. El dueño de la casa donde la piñata transcurría me narró minuciosamente la situación que debió sortear para estar allí, en la serenidad de ese jardín donde su nieta gateaba. Dos años atrás, a sus suegros los visitó la muerte. Primero el esposo. Luego ella. Pocos meses de diferencia. El hijo que allí quedaba no soportó la pesadumbre y un día salió por la puerta, pasó doble llave y se fue. En la nevera quedaron una jarra con jugo de naranja, 250 gramos de queso paisa, media docena de huevos, una bandeja de jamón, papas, cebolla, algo de zanahoria. Como quien va a volver en pocas horas. Pero no pudo. Fue a buscar valor a algún lado. Y se tardó demasiado.

Cuando quiso volver, entendió que en este país el luto no puede andar con regodeos. La llave no encajaba en la cerradura. Peor aún, un carro ajeno ocupaba su garaje. Más allá, ondeaba una hamaca desconocida. Era inobjetable: su casa había sido invadida. Algún vecino se lo había advertido y él no terminaba de creerlo. Rondó la casa durante varios días hasta que una tarde vio llegar al furtivo inquilino. Lo abordó, lo interrogó, lo inquirió. Qué hacía en la casa de sus padres. El hombre, de notable desaliño, le mostró un documento de propiedad a su nombre. Una argucia legal que lo dejó mudo. Los invasores suelen estar bien asesorados. Habló con sus abogados y entendió que el litigio podía durar años y el resultado ser adverso. Entonces optó por devolverle la jugada al usurpador. Un sábado digno de playa llegó con un cerrajero y una troupé de amigos y familiares. Cortó candados. Puso otros. Cambió cerraduras. Estrenó llaves. Y luego de un largo recorrido de estupor ante tanto trasto ajeno y tanta propiedad hurtada, se quedó a vivir en su viejo espacio donde tantas veces fue hijo, adolescente y adulto. Era su casa de toda la vida. El invasor lo llamó. Quiso negociar. Pidió 200.000 mil Bs. la primera semana. Luego 50.000 mil Bs. y finalmente, ya resignado, en la tercera semana urgía 5.000 mil Bs. El dueño tuvo el arresto de decirle que él con invasores no negociaba. Durante un mes la residencia fue torpedeada por llamadas, amenazas y latas de atún que hicieron estallar todos los vidrios. Se quedó sin ventanas, pero con casa. Una verdadera batalla de resistencia.

En eso andan muchos venezolanos, resistiendo, a pesar de tanto ultraje y anarquía. A pesar de la piñata de dinero que llueve sobre tantos marxistas de nuevo cuño y la severa cirugía ideológica ocurrida en las aves de rapiña de siempre. Mientras tanto, el país se nos va por el desagüe.

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Días atrás me tocó viajar a Maracaibo. Ya sabemos que la expresión “era un viaje relámpago” entró en desuso. O en todo caso, sirve para asomar un chiste cruel. El viaje era de 24 horas. Salir a las 9 de la mañana para un evento que se realizaría a las 8 de la noche no sirvió de mucho. Una vez más, el desastre de las líneas aéreas nacionales se encargó de que un vuelo que dura 50 minutos terminara ocupando 11 horas de mi vida. Éramos una multitud cansada, humillada. El empleado de la aerolínea razonó el caos: “De una flota de 17 aviones, solo 4 están volando. El resto está esperando la asignación de dólares para ser reparados, comprar repuestos, equipos, provisiones”. El dólar se ha convertido en nuestro patíbulo. Allí todo desemboca: el pan de jamón, los remedios, un par de zapatos, juguetes. “A este país le quedó grande la letra del himno nacional”, gruñó un pasajero recordando la primera frase de la canción patria: “Gloria al bravo pueblo“. Todos los pasajeros nos convertimos en un callado rictus de vergüenza.

Creo que el nuevo Viceministerio haría mucho por mi Felicidad Suprema si lograra que el señor Maduro viajara durante un mes entero, como cualquier venezolano promedio, a través de los aeropuertos nacionales. Lo quiero ver oyendo que su vuelo aún no tiene hora de salida, corriendo de una puerta de embarque a la otra, buscando dónde sentarse para esperar 6 horas, perdiendo su cita con Arias Cárdenas, luchando con 20 pasajeros por un enchufe donde cargar su celular, sentado en el suelo, comiendo mal, con el coxis astillado, allí, junticos, él, Pérez Pirela y etcéteras del cinismo revolucionario. La solicitud ha sido formulada, señor Viceministro de la Felicidad. Pendiente quedo.

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Ya en Maracaibo, luego del evento, un simpatiquísimo maracucho (perdonen la redundancia) me invitó a comer. El reloj rayaba la medianoche. Me asomó una lista de manjares altisonantes y retadores: agüita de sapo, patacones y tumbarranchos. Era un hombre de una barriga prominente. Contó que había sufrido un infarto y cuatro paros respiratorios. Yo aun no entendía cómo alguien, con tamaño prontuario en su salud, nos conducía hacia los explosivos comederos de la calle 67. Nos explicó que era atleta: practicaba full contact, skating y nado sincronizado. Todos observamos su monumental abdomen. Hizo la aclaratoria: “Lo que pasa es que a mí me echaron mal de ojo en la barriga”.

Carcajadas aparte, su salida resultó un ejemplo de cómo aquí todos escamoteamos nuestras responsabilidades. El gobierno suele ser muy prolijo al respecto. Le falta decir que a este país le echó mal de ojo un apátrida “pelucón” con poderes especiales cultivados en un sótano de la Casa Blanca. Que los apagones, el desabastecimiento, la brutal inflación, las protestas y los muertos de la inseguridad son un gigantesco mal de ojo patrocinado por la trilogía del mal. Basta hacerse el loco. Transferir responsabilidades. Aquí millones de personas sucumbieron de emoción ante un teniente coronel que asumió la culpa de un golpe de estado fracasado. Lo convirtieron en héroe. Más nunca volvió a asumir ninguna culpa. Ni él ni sus herederos.

Frente a los ojos de los venezolanos se balancea una gigantesca piñata de petróleo desde la aparición del Zumaque 1 en Mene Grande, hace 99 años. Los invitados al festín de dólares que genera el oro negro siempre han sido muy pocos. Hoy la rebatiña continúa, solo que los convidados no son los mismos. Ahora acostumbran vestir una franela roja, con unos ojos pintados en ella. Unos ojos que, según sus fanáticos, eran dueños del futuro. Pero tales ojos sólo veían esa adictiva golosina que es el poder. Eso es hoy lo único que importa, mientras una madre anónima compra por 10 Bs. dos cucharadas de leche en polvo en un rincón fangoso de la patria.

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10 de Nov 2013

Arrancan los JUNACIV 2013 este miercoles en Mérida

Junaciv 2013
Este miércoles 9 de octubre día de la ciudad de Mérida se enciende la antorcha para el inicio de los XXXIV Juegos Nacionales Deportivos de los Centros de Ingenieros de Venezuela (JUNACIV 2013), edición que permitirá reunir a los mejores atletas del gremio de la ingeniería y arquitectura de todos los rincones del país.
La información fue suministrada por Maritza Lander y Armando Ortiz, presidente y coordinador técnico del comité organizador de los XXXIV JUNACIV, quienes destacaron que se ha hecho un enorme esfuerzo de coordinación para esta justa deportiva que concentrará mas de 3000 atletas de 23 delegaciones del país en 31 disciplinas diferentes, afinándose los detalles técnicos, seguridad, alojamiento, arbitraje, infraestructuras y otros aspectos vinculados al desarrollo general de los juegos.
Para la realización de los JUNACIV, agregó la presidenta del Centro de Ingenieros Maritza Lander, se cuenta con las instalaciones deportivas de la Universidad de Los Andes, Fundemer y los clubes privados colaboradores, escenarios que concentraran por 5 días a las delegaciones de cada estado.
Por su parte Armando Ortiz señaló que estos Juegos concentran cada año a las delegaciones quienes desde diversos estados del país participan para dejar a un lado el quehacer profesional de la ingeniería y arquitectura para compartir en esta justa más importante de Venezuela, que aparte de convertirse en una actividad de impulso del turismo y el comercio será un homenaje para el ingeniero Juan José Mora (Juancho) y la ciudad de Mérida que cumple 455 años de su fundación.
Durante el día jueves se estarán realizando un conjunto de encuentros deportivos en las instalaciones establecidas y el día viernes se realizara el maratón metropolitano en categorías femenino de 5.8 km y masculino en un circuito de 11.66 km dándose partida a las 6:30 de la mañana desde el Complejo Cinco Águilas Blancas. El sábado 12 de octubre se dará la partida a la caminata en un tramo de 6 km desde Inpradem hasta la Hechicera, respectivamente
La inauguración se tiene prevista para este miércoles 9 de octubre a las 7:00 pm en las instalaciones del Hotel La Pedregosa, donde se dará la bienvenida a todas las delegaciones quienes compartirán y participaran en esta edición deportiva donde Mérida es la ciudad anfitriona
Comité organizador

XXXIV JUNACIV DISCIPLINA-PARTICIPANTES-ESCENARIOS-MERIDA, DEL 8 AL 13 DE OCTUBRE DEL 2013

IMG_Junaciv2013

AJEDREZ 12 ENTIDADES (36 ATLETAS).
CIEM JUNTA DIRECTIVA
APULA
SEDE ASOCIACION AJEDREZ

BALONCESTO 19 ENTIDADES (266 ATLETAS ).
2 CANCHAS F.C.U. POSIBILIDAD DE BALONCESTO MASTER 43
1 CANCHA CAMAGUEY ESPINOZA
HECHICERA ULA
2 LA LIRIA CECAD-ULA
9 DE OCTUBRE

BOLAS CRIOLLAS FEMENINO 20 ENTIDADES (240 ATLETAS).
DEMOCRATA (2 CANCHAS)
ASOCIACION DE BOLAS CRIOLLAS DEL ESTADO MERIDA 48
ITALO (2 CANCHAS)
ABOGADO (1 CANCHA)
MEDICO (1 CANCHA)
APULA (2 CANCHAS)
CIEM (1 CANCHA)
CONTRY CLUB (2 CANCHAS)

BOLAS CRIOLLAS MASCULINO 19 ENTIDADES (228 ATLETAS).
DEMOCRATA 2 (CANCHAS)
ASOCIACION DE BOLAS CRIOLLAS DEL ESTADO MERIDA (4Canchas)
ITALO 2 (CANCHAS)
ABOGADO 1 (CANCHA)
MEDICO 1 (CANCHA)
APULA 2 (CANCHAS)
CIEM 1 (CANCHA)
CONTRY CLUB 2 (CANCHAS)

BOLICHE FEMENINO 6 ENTIDADES (36 ATLETAS).
8 INSTALACIONES EL PATIO

BOLICHE MASCULINO 10 ENTIDADES (60 ATLETAS).
8 INSTALACIONES EL PATIO

CAMINATA FEMENINO 15 ENTIDADES (270 ATLETAS).
1 CIRCUITO CIEM CIRCUITO METROPOLITANO
CAMINATA MASCULINO 18 ENTIDADES (324 ATLETAS).
1 CIRCUITO CIEM CIRCUITO METROPOLITANO

CICLISMO 6 ENTIDADES (48 ATLETAS). .-
CIRCUITO I ETAPA CIRCUITO Y RUTA
CATEGORIA A 40 KM
CATEGORIA B 35 KM
.- RUTA II ETAPA
CATEGORIA A 40 KM
CATEGORIA B 35 KM

DOMINO FEMENINO 18 ENTIDADES (108 ATLETAS).
.CIEM 40
DOMINO MASCULINO 19 ENTIDADES (114 ATLETAS).
CIEM 53

FUTBOL LIBRE 8 ENTIDADES (192 ATLETAS).
CANCHA A LOURDES 15
CANCHA B LOURDES

FUTBOL MASTER 14 ENTIDADES (336 ATLETAS).
CAMPO DE ORO 25
GUILLERMO SOTO ROSA

FUTBOL SENIOR 14 ENTIDADES (336 ATLETAS).
CLUB ITALO VENEZOLANO 25
POLIDEPORTIVO EL PALMO EJIDO
EL CONUCO
LOS MONTILLA
LAS AMERICAS
CANCHA CONTRY CLUB
METROPOLITANO

FUTBOL SALA 17 ENTIDADES (238 ATLETAS).
HECHICERA
COL MEDICOS
.F.C.U.
SANTA ANITA
POLIDEPORTIVO GERSY
MAKRO
PROGOL 2 CANCHAS
EL PALMO

KARAOKE 10 ENTIDADES (20 ATLETAS).
CIEM

KICKINGBALL 8 ENTIDADES (128 ATLETAS).
JUAN OMAR BRICEÑO ( Americas)
FUNDEMER
LOURDES ULA

MARATON FEMENINO 14 ENTIDADES (252 ATLETAS).
CIRCUITO CIEM
CIRCUITO METROPOLITANO

MARATON MASCULINO 18 ENTIDADES (324 ATLETAS).
CIRCUITO CIEM
CIRCUITO METROPOLITANO

NATACION FEMENINO 13 ENTIDADES (156 ATLETAS).
PISCINA AMERICA BENDITO
COMPLEJO 5 AGUILAS FUNDEMER

NATACION MASCULINO 16 ENTIDADES (192 ATLETAS).
PISCINA AMERICA BENDITO
COMPLEJO 5 AGUILAS

SOFTBOL 16 ENTIDADES (320 ATLETAS).
AV LAS AMERICAS FUNDEMER 31
MUÑOZ ORAA APULA
LOURDES DIRECCION DE DEPORTES (ULA)
DEMOCRATA JUNTA DIRECTIVA
TABAY FUNDEMER
CLUB MILITAR

TENIS DE CAMPO MASCULINO 8 ENTIDADES (32 ATLETAS).
EL GERSY ULA
FCU ULA
COMPLEJO 5 AGUILAS FUNDEMER
ITALO JUNTA DIRECTIVA

TENIS DE MESA FEMENINO 5 ENTIDADES (20 ATLETAS).
2 COMPLEJO 5 AGUILAS FUNDEMER
AV LAS AMERICAS HECHICERA

TENIS DE MESA MASCULINO 9 ENTIDADES (36 ATLETAS).
COMPLEJO 5 AGUILAS FUNDEMER
AV LAS AMERICAS

TRUCO 18 ENTIDADES (108 ATLETAS).
CIEM JUNTA DIRECTIVA

VOLEIBOL FEMENINO 8 ENTIDADES (112 ATLETAS).
MEDICOS
FCU ULA
9 DE OCTUBRE
FUNDEMER
ABOGADOS
HECHICERA

VOLEIBOL MASCULINO 7 ENTIDADES (98 ATLETAS).
MEDICOS JUNTA DIRECTIVA 21
FCU ULA
9 DE OCTUBRE
FUNDEMER
ABOGADOS

VOLEIBOL ARENA FEMENINO 5 ENTIDADES (25 ATLETAS).
COMPLEJO METROPOLITANO FUNDEMER 10
VEGA SOL
CAMPO DE ORO

VOLEIBOL ARENA MASCULUNO 5 ENTIDADES (25 ATLETAS).
VEGA SOL 10
COMPLEJO METROPOLITANO FUNDEMER
CAMPO DE ORO

TOTAL ATLETAS 4.680

XXXIV JUEGOS NACIONALES DEPORTIVOS DE COLEGIOS DE INGENIEROS DE VENEZUELA.

La ciudad de Mérida será el escenario para el desarrollo de los XXXIV Juegos Nacionales Deportivos de los Centros de Ingenieros de Venezuela (JUNACIV 2013), edición que permitirá reunir a los mejores atletas del gremio de la ingeniería y arquitectura respectivamente.

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La información fue suministrada por Maritza Lander y Armando Ortiz, presidente y coordinador técnico del comité organizador de los XXXIV JUNACIV, quienes destacaron que la justa deportiva concentrará cerca de 4.000 atletas de 22 delegaciones del país en 30 disciplinas diferentes.
Señalaron que se vienen afinando los detalles técnicos, seguridad, alojamiento, arbitraje, infraestructuras, comunicación e información, entre otros aspectos vinculados al desarrollo general de los juegos, que serán presentados a los delegados de cada estado.

Junaciv 2013

Para la realización de los JUNACIV, agregó la presidenta del Comité Organizador Maritza Lander, se cuentan con las instalaciones deportivas de la Universidad de Los Andes, los clubes privados colaboradores y actualmente en espera de respuesta de la gobernación del estado para el apoyo de las instalaciones bajo la administración de FUNDEMER,
El comité organizador espera el apoyo de todos los merideños en esta justa deportiva, al igual que la colaboración de las instituciones públicas y privadas en el desarrollo de todas las actividades deportivas, recreativas y sociales que se programen en marco de los XXXIV Junaciv Mérida. Esto contribuirá de manera significativa la consolidación de Mérida como destino turístico del país.

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En Mérida 9 de octubre gran fiesta del deporte XXXIV Juegos Deportivos Nacionales del CIV

Ing Enzo Betancour
El pasado fin de semana se llevó a cabo en Mérida la reunión del Tercer Congresillo de los Juegos Nacionales del Colegio de Ingenieros de Venezuela (JUNACIV-2013), con la participación de 18 delegados de diferentes centros y seccionales del colegio en el país, informó el presidente del CIV, Ing. Enzo Betancourt.
Indicó además que allí se revisó todo lo relativo a los aspectos técnicos y logísticos de este importante evento que se realizará en esa ciudad desde el 9 al 13 de octubre próximo.Allí expusimos –dijo- los trabajos que ha venido adelantando el Colegio de Ingenieros de Venezuela conjuntamente con JUNACIV. Se estimó la participación aproximada de 2.500 atletas en 30 disciplinas deportivas, entre ellas ajedrez, bolas criollas, baloncesto, natación fútbol, softbol, volibol de playa, volibol femenino y masculino, y otras. Se estima que entre 5 mil a 7 mil personas presenciarán los diferentes encuentros.

Anunció también el presidente del CIV que en la reunión de Mérida, se escogió a la ciudad de Puerto Ordaz como la sede de los XXXV Juegos Nacionales del CIV 2014, y se procedió a la elección de la reina de los juegos, resultando ganadora la representante del Estado Anzoátegui. Se clausuró con un acto social en horas de la noche.

-En definitiva –precisó el Ing. Betancourt- se trató de una actividad muy importante, porque se puso de manifiesto una vez más el trabajo en equipo que siempre nos ha caracterizado y que ha dado muy buenos resultados. Es de destacar la importante actividad que en este sentido adelantan la presidenta del Centro de Ingenieros del Estado Mérida, Ing. Maritza Lander y el Arquitecto Armando José Ortiz Parada, presidente de la Fundación Deportiva de ese centro y demás organizadores.

“Quedamos muy satisfechos con la realización del congresillo, que fue el punto final de los juegos. Nuestro canal Web de televisión, CIV-TV, estará cubriendo las incidencias de esta gran fiesta deportiva transmitiendo en vivo la inauguración el día 9 y una amplia cobertura de las incidencias, para que aquellas personas que no pudieran asistir, tengan la magnífica oportunidad de disfrutarlos por nuestra señal de televisión”.

Finalmente el presidente del CIV hace un llamado a que “todos viajemos el día 9 de octubre a la hermosa ciudad de Mérida a darles aliento y mucho entusiasmo a los atletas de las diferentes regiones de Venezuela”.
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Mérida sede de los XXXIV Juegos Nacionales Deportivos de Colegios de Ingenieros

Comité organizador

Mérida del 9 al 13 de octubre, JUNACIV 2013

La ciudad de Mérida será el escenario para el desarrollo de los XXXIV Juegos Nacionales Deportivos de los Centros de Ingenieros de Venezuela (JUNACIV 2013), edición que permitirá reunir a los mejores atletas del gremio de la ingeniería y arquitectura respectivamente.

La información fue suministrada por Maritza Lander y Armando Ortiz, presidente y coordinador técnico del comité organizador de los XXXIV JUNACIV, quienes destacaron que la justa deportiva concentrará cerca de 4.000 atletas de 22 delegaciones del país en 30 disciplinas diferentes.

Agregaron que luego de haberse realizado el primer congresillo técnico en la ciudad de Caracas el pasado mes de abril para conocer los pormenores de la responsabilidad que le correspondió a Mérida, se conformaron diversas comisiones técnicas quienes de manera articulada ya empezaron a trabajar para hacer que esta justa deportiva sea todo un éxito en cuanto a su organización y ejecución.

Señalaron que se vienen afinando los detalles técnicos, seguridad, alojamiento, arbitraje, infraestructuras, comunicación e información, entre otros aspectos vinculados al desarrollo general de los juegos, que serán presentados a los delegados de cada estado durante el segundo congresillo a realizarse en nuestra ciudad a finales del mes de junio.

Para la realización de los JUNACIV, agregó la presidenta del Comité Organizador Maritza Lander, se cuentan con las instalaciones deportivas de la Universidad de Los Andes, los clubes privados colaboradores y actualmente en espera de respuesta de la gobernación del estado para el apoyo de las instalaciones bajo la administración de FUNDEMER que preside Carlos Maya.

Destacó Ortiz que estos Juegos concentran cada año a las delegaciones quienes desde diversos estado del país participan para dejar a un lado el quehacer profesional de la ingeniería y compartir en la justa más importante de Venezuela, que aparte de convertirse en una actividad de impulso del turismo y el comercio será un homenaje para el ingeniero Juan José Mora(Juancho) y la ciudad de Mérida que cumple 455 años de su fundación.